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Opinión. No hay actores naturales

por Agencia Zona Roja

Diego Enrique Osorno*

Un hipócrita es aquel que se enmascara, por eso la palabra hipócrita viene de la actuación, aunque también se usa de forma coloquial para nombrar a quien engaña a los demás o a sí mismo, dice Luis de Tavira, al final de esta larga entrevista y paseo por la colonia Carmen Romano, de San Nicolás de los Garza, Nuevo León, México.

Seguimos hablando del planteamiento de los actores naturales o profesionales.

“El actor se enmascara para desenmascarar a los demás”, advierte el dramaturgo. “El hacer deliberado al personaje ficticio es ya actuación y siempre será un lenguaje. ¿Qué es un profesional? Pues alguien que está en condiciones de hacerse responsable. Un médico puede tomar el bisturí y es responsable de lo que hace… Profesión, para mí, conlleva responsabilidad y otra cosa es un arte. Un arte ya es esta capacidad de revelación o metamorfosis que está al alcance de todos. No hay actores naturales. Todos somos actores naturales y no hay actores artificiales, pues sería lo contrario. Solo hay actores.

Tampoco creo que haya actores buenos y malos. Yo creo que hay actores que casi siempre están bien, y son los que más apreciamos, pero que en cualquier momento pueden estar fatal, y hay actores que podríamos decir que son pésimos y en cualquier momento nos sorprenden y están geniales; es decir, la actuación es el resultado de un hacer.

Hay un poema maravilloso de Brecht dedicado a los actores de la Compañía Nacional Alemana, a los que les dice: Grandes actores, admirables actores, no se olviden del actor de la calle, y los hace asomarse a la esquina, donde un hombre presenció un accidente y alguien resultó atropellado y llega la policía y empiezan a discutir. El hombre lo vio todo, entonces, —les dice Brecht a los estudiantes—: vean a ese actor, que no es actor, que no sabe que está actuando, llegar a la escena y decir: ‘No, no, usted iba por acá y el otro venía por acá’. Y es lo que está haciendo, está reconstruyendo toda la escena a través de una actuación que no está pensando que es una actuación, sino que lo que quiere es que no se cometa una injusticia… Esa persona no está pretendiendo actuar, está pretendiendo dejar claro algo: el que aquí se puede cometer una injusticia y la quiere evitar, entonces, les dice Brecht a los estudiantes: ‘No se les olvide ver al actor de la calle porque sabe para qué hay que actuar’.

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Inteligencia y esfuerzo colectivo suele haber detrás de una película o una obra de teatro. Llevamos ya varios días, semanas, trabajando en el rodaje de un documental para el cual hemos invitado a Luis de Tavira a la fábrica abandonada de Marhinos. Aún hay emoción pero el cansancio también es notorio en la tripulación, tras estar tanto tiempo encerrados en una especie de burbuja de tiempo y espacio móvil en la que jugamos al arte con una pasión total que no deja de drenar energía.

“Es que esto es asombroso siempre —anota De Tavira— y difícilmente lo entienden los que no participan en esto: que el afán de todos de saberse cada quien, en la tarea que le toca, indispensables, es decir, todos estamos en las manos de todos, el sueño está puesto en las manos de todos y uno lo que tiene que hacer es una tarea bien concreta, bien precisa que es esta, pero que si no está, todo lo demás se va al caos, todo lo demás no sale… No podemos fallar, nadie. Todos tenemos que estar aquí. No hay tarea pequeña, todo es indispensable, para lo cual hay ahí la capacidad de compartir.

Es el hecho de compartir, como se comparte el pan, como se comparte el sueño, eso no se hace si no estamos todos hambrientos, si cada uno no encontró aquí algo que importa, pero que lo convierte en lo que nos importa y entonces, bueno, si así fuera, imagínate todos nuestros egoísmos puestos en el afán común de la más importante obra de arte que puede existir que es la sociedad…

Si fuéramos capaces de crear la sociedad, como somos capaces de hacer una obra de teatro o una película, o capaces de hacer un documental e ir al resultado en donde sabemos que todos estamos en las manos de todos y en el afán de todos y retados a hacer, si somos buenos, ser mejores en el grupo, porque estar en el grupo nos hace mejores y estamos en él, porque eso nos hace mejores que solos, que podríamos ser muy buenos, pero juntos somos mejores, esto, yo digo que es la mejor metáfora de lo que debía ser la sociedad o el mundo.

—Muchas gracias, maestro.

—Gracias a ti.

—Vamos a cortar.

(Se oyen aplausos de todo el crew a De Tavira)

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Sesentas. Monterrey, México, ciudad tan árida como industrial donde la gente mira más a Texas que al Distrito Federal. El joven reportero Thomas Harris, entusiasta de la nota roja llega a entrevistar en la peligrosa cárcel del Topo Chico a un preso estadunidense acusado de matar a un niño y dos jóvenes.

Durante su recorrido por la prisión mexicana se topa con psicópatas y sociópatas de diversa calaña y conoce a un médico vestido de blanco impecable y con gafas negras en medio de la inmundicia. Harris queda impactado por la elocuencia y el profundo conocimiento psicológico que Ballí tiene de la mente criminal.

A punto de abandonar la cárcel, se entera que su interlocutor no es el médico oficial del lugar, sino un preso famoso en la ciudad que fue sentenciado por matar, descuartizar y poner en una caja los restos de su amante, además de ser sospechoso de cometer otros crímenes nunca resueltos.

Este hombre era Alfredo Ballí, quien años después sirvió de inspiración para que Harris creara a Hannibal Lecter, el personaje emblemático de sus novelas El Dragón Rojo y El Silencio de los Corderos, esta última adaptada exitosamente al cine con la icónica actuación de Anthony Hopkins.

Hannibal Lecter se convirtió así en 1991 en el primer asesino serial en generar, desde la ficción, una fascinación masiva al mismo tiempo que una empatía con el público de masas. Películas, series, documentales y pódcasts comenzaron a explotar con éxito esta combinación de asesinos seductores, volviéndose hoy en día un género en sí mismo.

El fenómeno ha sido estudiado por especialistas, como el doctor en criminología Scott Bonn, quien estableció una teoría al respecto a partir de la siguiente pregunta: ¿consumir noticias de un asesino en serie es diferente a ver una película con un personaje ficticio como Hannibal Lecter? Para Bonn, las noticias o documentales que retratan a asesinos seriales reales se han vuelto entretenimiento estilizado. “Hasta que ese asesino en serie te afecte directamente, todo deja de ser entretenido”.

Responder entonces a la pregunta de por qué el mal es capaz de seducirnos lleva a múltiples exploraciones que van desde lo antropológico (el reconocimiento general por la fuerza del macho alfa), hasta lo sociológico (admirar a un asesino genera una catársis de los pensamientos más oscuros y reprimidos de la sociedad) y que suelen desembocar en la explicación psicológica de que todo psicópata es al mismo tiempo un seductor nato.

Pero lo que se supo hasta hace poco es la historia detrás del célebre personaje de ficción que cambió nuestra forma de entender el mal a partir del entretenimiento masivo. He ahí, en la anécdota de la transmutación de Alfredo Ballí a Hannibal Lecter el vértice de un serio divertimento vuelto documental. 

*Escritor y periodista.

@DiegoEOsorno

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